Cuando en 2003, Liam Neeson interpretó en Love Actually al viudo con el corazón destrozado que enmascara su duelo acompañando las desventuras sentimentales de su hijastro preadolescente, no imaginaba que solo seis años más tarde él mismo perdería al amor de su vida y quedaría a cargo de su dos hijos.
El 16 de marzo de 2009 estaba en Toronto por el rodaje del thriller erótico Chloé, junto a Julianne Moore, cuando recibió la llamada de quien era su mujer desde hacía 15 años, Natasha Richardson.
La hija mayor de la legendaria actriz británica Vanessa Redgrave también había viajado a Canadá, aunque en plan de descanso, para pasar unos días en el resort de ski Mont Tremblant de Québec con el primogénito de la pareja, Micheál. Esa mañana había tomado una clase para principiantes en la que sufrió una caída que obligó al instructor a llamar a los paramédicos: un golpe seco de la cabeza contra la nieve dura. Pero la ganadora del Tony por su rol de Sally Bowles en Cabaret insistió en que se sentía bien y hasta firmó un documento en el que rechazó la asistencia médica. Apenas permitió que la escoltaran hasta su cuarto del hotel.
Desde allí habló por última vez con su marido: “Ay, querido, ¡no sabés el revolcón que me di en la nieve!”. En ese momento, “no tenía idea de lo que le pasaba”, contó hace algunos años Liam.
Richardson estaba atravesando lo que se conoce como “intervalo de lucidez”, el período en el que alguien con un trauma cerebral parece estar bien mientras se forman los hematomas que aumentan la presión dentro del cráneo.
“Me llamó mi asistente y me dijo que fuera urgente, y me subí de inmediato a un avión. Durante el vuelo le avisaron al piloto que cambiara el destino por Montreal, porque la estaban derivando ahí, a un hospital más grande”, recordó Neeson.
Habían pasado solo dos años de la muerte de Richardson cuando un Neeson en carne viva narró a Esquire entre lágrimas su llegada al hospital de Montreal, al que describió como “enorme, vidrioso y oscuro”.
“Me dijo dónde estaba y me encontré con un doctor de no más de 18 años que me informó lo peor. Me mostró la radiografía de su cráneo aplastado. Yo sabía lo que significaba eso”, dijo.
Y recordó el pacto que habían hecho exactamente diez años antes, cuando otro accidente los puso en la situación inversa. Richardson filmaba en Canadá, y él chocó su moto contra un venado. Voló a verlo al hospital de Lenox Hill, donde lo internaron, y al llegar, le dijeron que no pasaría la noche. Aquella vez, todo resultó bien, pero se prometieron que si alguno volvía a estar en una situación de vida o muerte y no había nada que hacer, “desenchufarían las máquinas”.
“Entonces fui y le dije que la amaba –confió Neeson en el programa 60 Minutes–. Le dije, ‘Mi amor, no vas a salir de esta. Te partiste la cabeza. No sé si me escuchás, pero eso es lo que pasó. Así que te vamos a llevar a Nueva York. Y van a venir toda tu familia y amigos.’ Y eso fue más o menos todo”.
Aunque en estos trece años los medios lo relacionaron ocasionalmente con algunas mujeres, él dice que no le interesa volver a enamorarse: “No estoy a la caza, prefiero guardarme para mí”.
Cuando no está afuera por algún rodaje, visita dos veces por semana la tumba de su esposa. “No sé si creo en la vida después de la muerte pero me gusta sentarme y hablarle. Me hace bien”.
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