Hoy, 6 de julio de 2020, se cumplen 9 años de la desaparición de Cristina Siekavizza, un caso que destapó la realidad de cientos de mujeres que desaparecen al año, consecuencia de la violencia intrafamiliar.
Fue la noche del 6 de julio de 2011 la última vez que alguien vió a Cristina Siekavizza con vida, tenía 33 años y dos hijos: un niño y una niña. Era entregada y abnegada a su familia. Su esposo, Roberto Barreda, denunció su desaparición y las autoridades empezaron a investigar lo que se pensaba que era un secuestro y que acabó dando un giro de 180 grados.
Parecía una “familia feliz”, pero lo cierto es que Cristina tenía muy restringidos sus gastos personales y sus amistades. Era víctima de maltrato psicológico y emocional.
Ambos vivían en un sector exclusivo del este de la capital, una vivienda donde los fiscales encontraron evidencias de violencia. Fue entonces cuando la familia de Cristina empezó a sospechar de Barreda por su frialdad, por su forma de actuar, por su actitud hacia los dos pequeños.
Días después, Roberto, un exitoso ejecutivo que le gustaba vivir bien y que es hijo de la expresidenta de la Corte Suprema de Justicia Ofelia de León, huye a México con los pequeños. Ahí permaneció hasta que las autoridades mexicanas lo ubican el 8 de noviembre del 2013 en Mérida, Yucatán, procediendo a su deportación a tierras guatemaltecas
Pero nueve años después de estos hechos, todo sigue igual. A pesar de los testigos y de las pruebas contra Roberto, en prisión preventiva, y su madre, el caso no avanza.
Juan Luis Siekavizza, el padre de Cristina, reconoció en una entrevista con Prensa Libre en 2018 lo “desgastante” que es que pase el tiempo y que no haya resultados, y criticó al sistema por permitir estos retrasos.
“El doctor -padre de Cristiana- tiene siete querellas por parte de Roberto”, cuenta el letrado aún sin creerlo. Es parte de la línea de defensa establecida por la familia. Por eso culpa al Estado, por permitir estos retrocesos y recuerda que la familia Siekavizza necesita “retomar su proyecto de vida”. Es hora,
Guatemala creía que la violencia machista era solo cosa de pobres, que en las altas esferas esos crímenes no se veían, pero lo cierto es que la violencia contra la mujer no entiende de edad, color de piel, profesión, estado civil o estrato social. Se da en todos los ámbitos, solo que en algunos se multiplica explicó en su momento el abogado de la familia, Rodolfo Díaz.
Norma Cruz conoce el caso mejor que nadie. La Fundación Sobrevivientes, que ella misma creó junto a su hija, es querellante adhesivo en la causa y apoyó a la familia desde el principio; Cruz sabe que fue Cristina Siekavizza la única que logró “menear” a la sociedad guatemalteca. Fría e impasible ante este tipo de temas.
Porque los restos de Cristina aún no aparecen y porque ella jamás podrá contar su historia, son sus amigos y su familia los que alzan la voz por ella con varios mensajes, como el siguiente:
“Mi esposo y yo tuvimos una discusión. Dice que desaparecí y escapa con mis hijos. Encontraron restos de sangre en nuestra casa, lo encontraron a él, pero aún no me encuentran a mí. Me mató a golpes” relata el artículo.
Lo último que se supo del caso:
Con la pandemia del COVID-19, todos los centros de justicia han tenido que detener sus labores para evitar más contagios, incluyendo el juzgado que conoce el caso, sin embargo, previo a la pandemia, lo último que se supo del 'Caso Siekavizza' fue la resolución del Tribunal de Mayor Riesgo C, quien el pasado 28 de febrero de 2020, resolvió por unanimidad otorgar el criterio de oportunidad a favor de Javier Mendizabal, amigo de Barreda, quien compró unos teléfonos celulares con los que el señalado "cuadró" el hecho, catalogado por el tribunal como 'un acto de buena fé' pues Mendizabal compró los dispositivos meses antes que ocurrieran los hechos, desconociendo lo que planeaba el esposo de Siekavizza.
El caso tiene los ingredientes típicos de una novela negra: combina la violencia intrafamiliar, las mafias, las trampas, los vericuetos legales, los poderes ocultos y la corrupción. Pero logró que las clases medias y altas se unieran en un país que pocas veces se conmueve ante este tipo de crímenes.
*Con información de Prensa Libre.
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